El limitado poder del viento
¿Quién coño dijo que las palabras
vuelan?
Será
que las que yo oigo son perezosas.
Mis tímpanos registran apenas
Secuencias fonéticas de dudoso
sentido
Mientras floto y me pierdo
En las ondas rebeldes de tu gozoso
cuerpo.
No sé nada, no entiendo nada,
Disfruto de ese trozo de tiempo
robado a realidades
que ignoro con fruición.
Y sin embargo,
El centinela apostado en las
inmediateces de mi alma
Se empeña en registrar esos sonidos
Los modela en pequeños huracanes,
Los archiva con un imperceptible
toque de resentimiento.
Pasa el tiempo, vuelvo:
Siempre vuelvo cansada,
tantas guerras me agotan,
Tantos desafíos a la calma,
Tantas tentativas de husmear por
entre los recodos
de tus mecanismos, en realidad tan
simples:
tantas mentiras en nombre de tu
alter-maldito-ego.
A lo que vamos: vuelvo
Y se me agolpan las tragedias
Y se desencadena cierta arritmia
Y unos humos calientes suben por la
espina dorsal,
Unos humos cargados de amenazas,
Nostálgicos de abrazos furtivos,
Hambrientos de afectos permanentes.
Se me hace cuesta arriba volver a
empezar,
Han sido cientos de vidas,
Promesas gemelas, desengaños
idénticos,
Pesadas losas que nunca pedí.
Y en mi silencio, mientras repito
por enésima vez “nunca más”,
Resuena con nueva melodía
El arsenal que mi soldado conserva
para mí,
Presiona el puñetero botón de play
Con ese gesto suyo rencoroso,
me guiña los ojos de amante
defraudado,
me dedica algún insulto debajo de
los dientes apretados
y me devuelve con saña las
palabras,
los momentos y hasta la entonación
de las condenadas frases
que, como es natural,
el viento debería haberse llevado
consigo siglos ha.
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